domingo, 30 de noviembre de 2014

Gobierno de Jaime Lusinchi: 2 de Febrero de 1984 – 2 de Febrero de 1989



Jaime Lusinchi, nace en Anzoátegui el 27 de mayo de 1924, fue presidente durante el periodo 1984-1989, bajo el lema de un gobierno de sensibilidad social Jaime Lusinchi es electo presidente de Venezuela con el 56,72% de los votos, se destaca las relaciones extramaritales con su secretaria privada Blanca Ibáñez el cual provoca una denuncia en los medios trayendo todo esto un gran escándalo y allí el papel fundamental que desempeñaron los medios de comunicación en su gobierno, ya que se ejerce presiones para silenciarlos con respecto a ciertas informaciones que incomodaban al presidente, hubo chantajes en la entrega de dólares, régimen cambiario diferencial RECADI que requerían los medios para la compra de materiales, y en 1986 suspende el programa Primer Plano de Marcel Granier y dos columnas de José Vicente Rangel y Alfredo Torres, también fueron denunciados El Nacional, al director del Religión en Cumaná le dieron una golpiza y al diario El Vigilante de Mérida le lanzaron una bomba, ocurriendo todos estos escenarios por el escándalo de su divorcio y otros.

         Una excelente propaganda electoral, basada en el lema “Jaime es como tú”, logró la victoria impetuosa de Jaime Lusinchi, ya que el 56% de los electores se sintieron identificados por su candidatura. Ningún gobierno de la democracia definida había logrado tanto apoyo popular. A esto se agregaba el control del Congreso Nacional con casi 50% de los parlamentarios, y de los municipios con 66%.

         Esta época se conoce como la “aplanadora adeca”, el gobierno depuso a una serie de altos funcionarios del Banco Central, PDVSA, entre otros, suspendió los pactos asociativos con COPEI, condicionó la libertad de información mediante el control de cambio al impedir la libre adquisición de costos para la industria de la información y llegó a ordenar palizas y otras represalias contra articulistas y periodistas que criticaban las prácticas del entorno presidencial.

     También se cometieron las masacres de campesinos en Cantaura, Yumare y El Amparo, a manos de grupos militares. Aún así, la imagen positiva que el nuevo presidente había alcanzado forjar durante su campaña electoral pudo mantenerse durante gran parte de su gobierno, gracias a una diestra propaganda oficialista y también con medidas como el bono de transporte para los trabajadores de menor ingreso, la multiplicación de comedores, becas para escolares y atención escolar.

       Se destaca la reducción del gasto público, la reestructuración de la Administración pública, el inicio de un proceso de privatización de algunas empresas estatales deficitarias, la diversificación económica mediante créditos para el desarrollo agrícola y para la modernización industrial, pero no pasaron de ser solo anuncios.

         Se concretó la creación de una Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE), que durante varios años y con amplias consultas, estableció los lineamientos para “un Estado moderno, democrático y eficiente, con participación ciudadana”. Unas pocas reformas empezaron a aplicarse, pero de manera muy dosificada ya que los partidos se rehusaron a perder sus privilegios. Iba ensanchándose así una brecha irreparable entre la sociedad civil y la llamada “partidocracia”.

        Tras firmar un refinanciamiento de la deuda externa dañoso para la Nación, Jaime Lusinchi trató de justificarte aduciendo que había sido “engañado por la banca”. A esto se agregó la demanda de divorcio planteada por su esposa, Gladys Castillo, la abierta injerencia de Blanca Ibañez (su secretaria privada y posterior esposa) en los asuntos del gobierno, todo lo cual contribuyó a deteriorar la imagen positiva tan costosamente cultivada.

         Desviando la atención de la opinión pública, empezaron a filtrarse en los medios de comunicación revelaciones acerca de las numerosas prácticas de corrupción del gobierno anterior. También se aprovechó cierta efervescencia anticolombiana.

         Lusinchi había iniciado su gobierno pidiendo al pueblo que no lo dejara ser “un pobre presidente solitario”. Al final de su mandato, subsistían los mismos problemas: crisis fiscal, deuda externa acumulándose, corrupción administrativa desembozada, crisis agrícola, colapso de los servicios públicos e incesante aumento de los niveles de pobreza.

Desde la dictadura de Pérez Jiménez nunca se restringió tanto la libertard de informar y de opinar como durante el gobierno de Lusinchi.

Con excepciones, no se utilizaron métodos violentos ni represivos. Pero, el 16 de septiembre de 1987 fue decomisada “por personas desconocidas” la edición del confidencial Reporte Privado.

Desde los altos niveles del poder se ejercieron presiones sobre los medios para silenciarlos con respecto a diversas cuestiones que incomodaban al Presidente de la República y a su más íntimo entorno. Estas presiones fueron posibles mediante el chantaje. De este modo, el gobierno administraba la entrega de dólares a través del Régimen de Cambios Diferencial (RECADI), que requerían los medios de comunicación para adquirir en el exterior insumos, como el papel, tinta, películas, y maquinarías y equipos. Comprar con dólares libres elevaba en un 100% los precios.

(…) es el instrumento de control de la sociedad más poderoso de que ha dispuesto ningún gobierno. Ni la dictadura de Juan Vicente Gómez llegó en sus tiempos más negros a disponer de la décima parte de poder que representa el régimen de cambio diferencial.

(Marcel Granier, El Diario de Caracas, 10 septiembre 1987)

También las humillaciones que recibía la primera dama, la doctora Gladys Castillo de Lusinchi, y todo lo relacionado con el divorcio, no podían ser divulgados, lo que generó la clandestina circulación de fotocopias de documentos del juicio y de publicaciones extranjeras que se ocupaban del tema.

El Universal, en editorial de “Amadis” (Dr. Luis Teófilo Núñez) del 12 de noviembre de 1987 opinó que “Nos encontramos en uno de esos momentos difíciles de nuestra vida periodística y nos preguntamos ¿Abrimos las compuertas a los chimes de palacio con el gran dato que ello puede causar a la nación? o ¿nos abstenemos de ello corriendo el riesgo de aparecer intimidados?” y respondió: “Nuestra responsabilidad  con el país nos aconseja lo segundo, la que tenemos con nuestros lectores nos obliga a la primera”, y optó por la segunda. Un día después, el director de El Nacional, Alberto Quirós Corradi, refutó tales planteamientos (“Nadie tiene derecho exclusivo a definir el interés nacional”) y propuso un debate “sobre si los propios medios deben silenciar información porque ésta pueda colidir con el interés nacional”, debate que murió de nacer. N. Arismendi no aceptó el reto.

Entre mayo y octubre de 1988 el editor José Agustín Catalá con su sello de El Centauro hizo circular tres volúmenes bajo el título de EL DIVORCIO DEL PRESIDENTE con el siguiente contenido:

1.- Sentencia en Primera Instancia.
2.- Graves denuncias de la Primera Dama.
3.- Recurso de Casación de la demanda.

En la presentación se escribe: “Rodeado de la más absoluta confidencialidad y del más misterioso silencio, este proceso fue conocido en Venezuela por el comentario miedoso, el rumor y las copias subrepticias de las demandas, hechas de prisa con la complicidad de las fotocopiadoras. El país, en su mayoría, participó en aquel juego de clandestinaje, donde daba la impresión de estar viviendo la época de terror de la última dictadura.

Desde el 18 de diciembre de 1986 en que data el escrito inicial invocando la larga ruptura de la vida en común, y la solicitud de un fiscal del Ministerio Público solicitando dar por terminado el procedimiento de divorcio por el artículo 185-A del Código Civil y archivar el expediente, a ese primer intento de disolución absoluta del vínculo matrimonial se agregaron ingredientes extraños, de carácter político y supuestamente moral, que tergiversaron la verdad procesal.

Para romper con ese velo de misterio que rodeó las incidencias, el editor recogió documentos con la posición de ambas partes, a excepción de las manifestaciones de respetables sectores conservadores de la sociedad, y del clero, que durante todo el proceso mantuvieron un silencio complaciente ante los altares palaciegos y sus oficiantes”.

En mayo de 1985, 16 editores de prensa regional denunciaron en la Cámara de Diputados presiones de Corpoindustria para el suministro de papel, en octubre fueron decomisadas revistas que escribieron verdades sobre la visita del Presidente Lusinchi a Madrid que no dijeron los cables ni la prensa venezolana; en junio de 1986, fue suspendido el programa de TV “Primer Plano”, y dos columnistas de El Diario de Caracas, José Vicente Rangel y Alfredo Tarre Murzi debieron parar sus colaboraciones; en febrero de 1987, Lusinchi anunció la presentación al Congreso de un proyecto de ley “para proteger el honor, la reputación y vida privada”, que sólo tuvo el apoyo del editor de El Universal, Dr. Luis Teófilo Núñez Arismendi el 26 febrero 1987; Carlos A. Ball, quien había sido director general de El Diario de Caracas, denunció El Nacional, 3 de agosto de 1987, el editor del diario La Región, de Cumaná, Luis Marcano Barrios, denunció ante la Comisión de Medios de la Cámara de Diputados, la suspensión de la pauta publicitaria del gobierno del estado Sucre, el estallido de dos bombas en el taller del diario, y una golpiza que le dieron a él, por informar sobre el divorcio del Presidente; circula, fechada el 16 de octubre de 1987, comunicación de la Juez María José de Villarroel impidieron a la prensa que informara del mencionado juicio; el 10 de noviembre, la esposa del presidente de la República, ofreció una rueda de prensa a la que asistieron 73 periodistas de unos 40 medios pero sólo El Nacional, Panorama y El Impulso informaron; el 20 de agosto de 1988 fue lanzada una bomba contra el local del diario El Vigilante, de Mérida, que el día antes había publicado un editorial sobre las relaciones del Presidente con su secretaria privada, acto del cual la policía no averiguó nada; al diario El Expreso, de Ciudad Bolívar le suspendieron las pautas publicitarias de la Corporación Venezolana de Guayana, en castigo por informaciones sobre corrupción.

Ningún medio se atrevía a revelar esta situación. Después de presiones directas, The Washington Post el 10 de junio 1986 recogió la versión de Peter Bottome, ejecutivo del Grupo Phels, propietario de El Diario  de Caracas y del Canal 2. Solo El Mundo el 14 de junio de 1986 en Caracas, reprodujo esa denuncia.

El Nacional, que también se había privado el informar sobre los temas que incomodaban al gobierno, dispuso enfrentar la situación con todos los riesgos ofreciendo la verdad que se estaba ocultando y seguidamente sufrió las consecuencias, es decir, sus solicitudes de dólares para adquirir papel se retrasaban exorbitantemente, y hubo días en que dependió de otros editores para obtener papel. El presidente del Bloque de Prensa, David Natera, alertó el 15 de junio de 1987 en el programa de TV “En Confianza”, que la situación de El Nacional era muy crítica, y que colapsaría en septiembre si no atendías sus gestiones de dólares para importar papel, y al día siguiente, entrevistado por Nelson Bocaranda en el canal 4, dijo que “un uso irracional de la discrecionalidad que tiene el gobierno para otorgar los dólares a los periódicos, constituiría una acción directa represiva contra la libertad de expresión”, y recordó que el 90% de los insumos de la prensa son importados.

Miguel Henrique Otero, coeditor de ese diario, llevó el caso a la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, el 11 de octubre de 1988, reunida en Salt Lake City, junto a otras actuaciones contra la prensa: “El suministro de divisas para la adquisición de papel de prensa, sigue siendo utilizado como mecanismo de presión por parte del Ejecutivo Nacional. En la medida que el gobierno considera que la línea editorial no es lo suficientemente amable a las versiones oficiales, en esa medida la obtención de divisas para la compra de papel en el exterior se dificulta por diversas vías.”

El 1 de octubre de 1988, El Nacional publicó el texto de la denuncia; el 12 se declaró en ese diario que “nunca desde la época de la dictadura de Pérez Jiménez se atropelló tanto la libertad de informar”, y se criticó el silencio del Bloque de Prensa, de las Cámaras de Radio y de TV, y del Colegio Nacional de Periodistas. 5 años después la secretaria general del Bloque de Prensa, Luisa Sanz de Chiossone, reconoció que RECADI representó “cinco años de terror para el periodismo y los medios… Lo de RECADI fue manejado peor que una dictadura…” en La libertad de expresión en Venezuela, coordinación de Luis Moreno Gómez, edición multigrafiada, Caracas, septiembre, 1993.

A ese diario también se le quitaron las páginas de avisos de RECADI, que significan un volumen importante de ingresos por publicidad. Esa política no se detuvo mientras estuvo el Dr. Jaime Lusinchi en la Presidencia, lo que afectó a otros medios, como el Canal 2, cuyo programa “Primer Plano” salió del aire, y a la radio, cuyo programa diario de la Cámara que agrupa a los radiodifusores, fue prohibido.

Algunos medios estuvieron favorecidos por adquirir equipos o papel, y según informó el editor de El Nacional, Franklin White, hubo otro que recibió “dólares preferenciales por encima de su presupuesto en el mismo período.”

Luego se denunció que un editor había puesto a la venta papel que le había sobrado del adquirido en ventajosas condiciones. La mayoría de la prensa guardó silencio frente a estas presiones y restricciones. Incluyendo quien las negó.

Un editorial de Rafael Poleo, editor-director de El Nuevo País, al día siguiente de una marcha de periodistas (CNP, DF y SNTP) contra la censura y la por la libertad de prensa afirmó: “La verdad es que hasta ahora, salvo las protestas, legítimas o no, de funcionarios afectados por alguna publicación, y alguna rabieta presidencial que siempre se ha canalizado por la vía jurídica, no tenemos en los últimos años qué lamentar en la materia que se trata. Eso lo sabe la gente, que por algo mira marchar, pero no marcha”. 24 de enero de 1988.

Nunca se provocó una reprobación del Bloque de Prensa, ni de las Cámaras de TV y de Radio. Guardaron un silencio cómplice. La SIP aprobó varias condenatorias en 1986, 1987 y 1988, casi siempre acompañadas de sus habituales críticas a la colegiación de los periodistas. Todo a pesar de que, ha sido la época de más presiones sobre los medios. Tony Bianchi, director de The Daily Journal, escribió en un artículo: “Sin duda alguna, el peor período para la libertad de expresión en Venezuela en los últimos 10 años se dio durante el gobierno de Jaime Lusinchi. Utilizando el arma de otorgamiento de dólares a una tasa preferencial para la adquisición del papel periódico en el exterior, el gobierno de Lusinchi llegó a controlar casi por completo la información periodística en Venezuela.”

En ese quinquenio aparecieron dos nuevos diarios en Caracas y 16 en el interior, algunos que por razones políticas fueron ayudados desde el gobierno, que en ese período entregó 636 millones de dólares, incluidos 225 a los diarios del interior; pero la prensa en esos años vivió bajo la sombra de RECADI, obligada a silenciar hechos de corrupción y atropellos, sobre los cuales los lectores, el país, debían estar informados. Desde los años de la reconquista de la democracia, desde el período de su protección ante las intimidaciones golpistas o de la insurgencia de la izquierda, hasta el más reciente de su deterioro, estos cinco años fueron los peores vividos por la prensa. 

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