Rafael Caldera, fundador de COPEI en 1946, ya había sido presidente de la República en el período 1969-1974, candidato presidencial en 1983, y pre-candidato en 1988, cuando fue derrotado por Eduardo Fernández en las elecciones internas de partido. Anunció entonces que pasaba a la reserva de la que salió el 4 de febrero de 1992, para proclamar en el Congreso, pocas horas después de la intentona de los oficiales bolivarianos, que el pueblo venezolano no podía “inmolarse por una libertad y una democracia que no son capaces de darle de comer y de poner un coto definitivo al morbo terrible de la corrupción.”
Con este hábil discurso, Caldera logró incluirse
ventajosamente en el convulsivo proceso político. Habiendo consumado su ruptura
con COPEI, fundó un partido electoralista, Convergencia, para postular su
candidatura en las reñidas elecciones de 5 de diciembre de 1993.
Con su larga experiencia y su habilidad
política, Caldera representaba cierta estabilidad en un ambiente de gran
tensión política, en el que circulaban rumores de golpe de Estado. Ganó las
elecciones, pero con el más bajo porcentaje de votos registrado en todo el
período de la democracia representativa, la considerable abstención, que venía
aumentando desde 1983, expresó la desconfianza de amplios sectores de la
población.
Sin embargo, una vez que asumió la
Presidencia de la República, Caldera logró un repunte de simpatía gracias a la
presentación de un programa de desarrollo aparentemente bien fundado, la Agenda
Venezuela, y a medidas como la modernización fiscal a través del SENIAT, la
promulgación de una nueva Ley del Trabajo y la restructuración del sistema de
Seguro Social.
Para conciliarse un extenso sector de
la opinión pública, indultó a los oficiales encarcelados tras las dos
intentonas fallidas de 1992, entre ellos Hugo Chávez y Francisco Arias
Cárdenas.
Pero la crisis era demasiado profunda y compleja. Aunque el juicio por malversación contra Carlos Andrés Pérez y su detención domiciliaria servía de derivativo, la popularidad de Caldera se esfumó dos años después de haber asumido el poder. Efectivamente, la crisis económica se agudizaba, la inmensa mayoría de la población vivía en estado de pobreza, los servicios públicos estaban colapsados, la corrupción campeaba impunemente, se registraba la crisis bancaria más grave en los anales del continente.
A esto se agregó el tradicional
bipartidismo de AD-COPEI carente ya de credibilidad, la crisis política
agravándose, el estamento militar resquebrajado, el rechazo de la sociedad
venezolana al desgastado modelo de democracia representativa, y la aspiración
general a una democracia renovada y realmente participativa.
El escenario invitaba la aparición de
nuevas figuras políticas, capaces de asumir un necesario proceso transformador.
A fines
de 1998 se inició un nuevo ciclo político: los oficiales que habían
protagonizado las intentonas de 1992 impulsaron una “revolución pacífica”
legitimada a través de siete elecciones
consecutivas en dos años, que pusieron fin a la hegemonía de AD-COPEI, y con
las cuales Hugo Chávez Frías asumió la Presidencia de la República y logró la
aprobación de una nueva Constitución, proclamando el advenimiento de una V
República.
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